lunes, 21 de marzo de 2011

Breve resumen sobre Las Malvinas - 1982

Se acerca una fecha tristemente célebre para todos los argentinos.

Como dije en varias ocasiones, he leído mucho sobre historia, en particular historia militar. Por esto decidí dar mi pequeño aporte al problema Malvinas, tan mediatizado en los últimos años, y tan mediocremente explotado por algunos vivitos que pretenden darle bomba al gobierno nacional.

No voy a analizar el origen del conflicto, ni actitudes de varios gobiernos argentinos desde Rosas hasta acá, que permitieron el arrebato inglés de 1833 y abusos posteriores.
Voy a ceñirme estrictamente a lo relacionado con el conflicto de 1982 y sus consecuencias. Y por eso, porque es muy probable que para muchos el tema sea escabrozo, voy a plantar posición desde el primer momento: NO apoyo el mote de gesta que se le dio a la guerra, en el sentido patriótico que le quisieron imprimir quienes la causaron, mucho menos la estrategia elegida, ni los medios ni las tropas empleados. En cambio, SI apoyo y le doy mi solidaridad a los tipos/pibes que fueron a pelearla y sé, y les creo, cuando dicen que fueron allá por mí y por la patria. No me importa si los empujaron con una mentira. Sé que el que sangró allá, lo hizo creyendo que no era en vano.

INICIOS
Los orígenes del plan de ataque a Las Malvinas se remontan hasta la época del almirante Rojas. Incluso, se realizaron muchos ejercicios en los que nuestros submarinos desembarcaron comandos, con la tarea de cartografiar las costas malvinenses para un posible desembarco, sin que los británicos tomasen siquiera conocimiento.
Hacia fines de 1981, principios de 1982, el gobierno de facto argentino decaía visiblemente. El 30 de marzo debió hacer frente a una masiva manifestación popular, y lo hizo de la única forma en que sabía: reprimiendo salvajamente.
A partir de ese momento, las sospechas y los supuestos se vuelven incontables. Después de comerme varios libros y muchísimos documentos, mi humilde conclusión es que la idea de atacar Malvinas estuvo siempre en el ideario del gobierno militar de 1976-83, pero que se echó mano del plan de forma desesperada, luego de constatar que la estabilidad obtenida a través de la represión llegaba a su fin.
Aquí comienza otro capítulo excecrable de la dictadura argentina, que podría ser incluso más repudiable que todos los anteriores porque se relaciona con lo único que, se suponía, los militares sabían hacer: La guerra.

ESTRATEGIA
Primero, resulta inadmisible que se enviara a conscriptos con pocos meses de instrucción a combatir una guerra de desgaste contra el entorno. No estaban preparados psicológicamente para enfrentarse al medio, y muchos menos a un ejército mejor entrenado y tecnológicamente superior. Para colmo, cuando llegó la hora de combatir, muchos se encontraban subalimentados y aislados del grueso de las fuerzas.
Gómez Centurión(1) lo explica muy bien al decir: Setenta y cinco días a la intemperie, con el clima de Malvinas, desgastan a cualquiera por más que coma todos los días tres veces al día. La tensión permanente, la inmovilidad de los pozos desgastan y la angustia hace que se consuman muchas calorías. El frío consume calorías, la lluvia, estar mojado todo el día, consume calorías. Y se llega al punto que, a no ser que uno comulgue con el idealismo platónico y crea que la materia y el espíritu son independientes, es indudable que cuando se desgasta el físico, se desgasta el espíritu. No es que se pierda la convicción de la causa por la cual se luchaba, pero al soldado se lo entrena físicamente para que sea hombre confiado en sus capacidades. Se le da musculación, resistencia física, confianza en su cuerpo, porque eso, a su vez, le va a dar confianza psicológica en la lucha. Cuando ese hombre empieza a perder kilos, empieza a perder su resistencia, y ese desgaste conduce fatalmente al deterioro espiritual.
El ejército argentino, quizá imbuido de la idiosincracia autoritaria de la dictadura, creyó que esos conscriptos iban a mantener la disciplina y el espíritu de combate sólo porque alguien se los ordenaba. Siguiendo esta línea de pensamiento, se castigó a quienes no respondían favorablemente a esta doctrina.

Segundo, plantear una estrategia defensiva de posiciones fijas, sin elementos móviles que posibilitaran un contrataque, va en contra de la forma de hacer la guerra aprendida por todos los ejércitos del mundo luego de la segunda guerra mundial y, sobre todo, luego de la espectacular caída de Francia en 1940. No sé qué les enseñaron en la Escuela de Guerra, pero parece inadmisible que los militares argentinos se inclinasen por una defensa estática, siendo que las circunstancias favorecían al defensor (a saber, un archipiélago alejado de cualquier base del atacante, obligado a montar una operación aeronaval de envergadura).

Tercero, no se montó una defensa aérea coherente, con cobertura radar sobre todo el archipiélago. El único punto fuerte estuvo en Puerto Argentino. Además, apenas se emplazaron algunas piezas antiaéres en puntos importantes, sin apoyo de misiles (excepto, otra vez, en Puerto Argentino) cuando la teoría marca que, en un enfrentamiento aeronaval, la diferencia se lograría a través del aire.

Cuarto, la ausencia de piezas de artillería de largo alcance. Se llevó un puñado de obuses de 155mm a Puerto Argentino y, por lo que dice el mismo Martín Balza(2), esto ocurrió sin el consentimiento del Estado Mayor Conjunto.
Así fue que nuestros soldados sufrieron bombardeos de hostigamiento sin que pudiesen defenderse con ataques de contrabatería: No había cañones con el alcance suficiente.

Quinto, el pacatismo con el que los altos mandos plantearon la guerra. Como buenos militares sudamericanos de uniformes maravillosos y repletos de conderaciones inexistentes, cuando se enfrentaron en una guerra convencional con un enemigo real, lo único que pudieron hacer fue pelearse entre ellos y, más tarde, cuando la derrota era segura, sólo fueron capaces de echarse culpas.
Y digo: ¿No entendían el concepto de armas combinadas o nadie se los había enseñado?

DISCIPLINA
Demás está decir que muchos oficiales y suboficiales utilizaron sobre la soldadesca, la misma doctrina que usó el gobierno de facto sobre la población civil: El terror.
Negar los malos tratos dados a los jóvenes e inexpertos soldados hoy, tomando como base los numerosos documentos existentes, resulta de una necedad inaceptable. Esto sucedió, en parte, debido al pacatismo, como ya he dicho, de una parte del ejército regular (no conscriptos) a quienes me niego a llamar profesionales, que creía que el único entrenamiento necesario para obtener la victoria, consistía en obligar a otros a gritar:

-¡Viva la patria!

Tampoco voy a hablar de actos de cobardía como los de Astiz, o del mismo Menéndez, que actuaron de acuerdo a sus personalidades excecrables, demostradas ampliamente durante la represión ilegal.

Prefiero quedarme con otras historias, como la del subteniente Reyes, quien, luego de los combates en San Carlos, se retiró con su sección a través de la Isla Soledad hasta que sus hombres no pudieron más, por el estado en que se encontraban. Entonces el propio Reyes y un grupo reducido siguió adelante para buscar ayuda y, siendo capturado, volvió con sus captores a buscar a sus hombres. Uno de ellos dijo:

Me acuerdo de Reyes, en el helicóptero, preocupado pero entero. Él se sentía un poco el padre de todos y volvía con la sección completa. Era un logro importante para él, no haber perdido a nadie. Buen tipo Reyes, un poco loco, un poco milico, pero buen tipo. Siempre se jugó por nosotros.

Un subteniente 1ro, a cargo de una batería de artillería que combatió en Ganso Verde, muy respetado por sus subordinados y de destacada actuación en aquella batalla, dijo:

En nuestro ejército existió un desconcepto sobre cómo debe vivir el soldado, generalmente se piensa que el que más sufre la fatiga y la incomodidad es el más apto o más preparado para combatir y en conclusión no es así. El hombre es una joya que ponen en nuestras manos y que debemos mantener en las mejores condiciones hasta que llegue el momento de combatir.

Incluyo al mismo Rico, como militar y no como político, que se negó a cumplir una orden idiota y suicida para preservar a sus hombres.

Por último, el ejemplo del teniente Estévez, quien, con tres heridas en su cuerpo, siguió dirigiendo a sus hombres hasta la muerte en la batalla por Darwin, marca claramente la diferencia entre un profesional y un aficionado de la guerra.

CONCLUSIÓN
El mismo ejército argentino dice en su Informe Oficial del Ejército Argentino, Conflicto Malvinas, 1983: Los soldados argentinos carecían de la capacitación y el equipo necesarios para combatir en el ambiente greográfico de las Islas Malvinas. Su instrucción y equipamiento correspondía a operaciones en llanura (Br III) o a acciones con elementos mecanizados motorizados (Br I Mec X). Ni la Fuerza, ni el país contaron con los medios necesarios para modificar su equipamiento en lapsos cortos, y la oportunidad en que se los empleóa coincidió co el período del año en que las unidades poseen comparativamente el menor pie de instrucción.

No se podía ganar la guerra. No teníamos los medios, ni usamos la estrategia ni pusimos la voluntad político/militar para, al menos, intentarlo. Pero, aunque se iba a perder de todos modos, ni siquiera se envió el personal idóneo o los materiales apropiados. Y, encima, los supuestos líderes aplicaron estrategias retrógradas e inútiles, casi como la oficialidad francesa de la primera y de la segunda guerra mundial.

Tuve la suerte de conocer, muchos años después, a un veterano de guerra del que me hice amigo. Su nombre es Eduardo, había combatido en Monte Dos Hermanas. Me contó muchas cosas sobre su experiencia, algunas malas, otras buenas. Y mientras me hablaba de aquello, sentí lo que siento por toda la gente que se vio involucrada en aquel conflicto, un orgullo inmenso.

Recuerdo que un ex paracaidista me dijo una vez, haciendo alarde de una ignorancia tremenda, que esos pibes no tenían sangre, se dejaban matar. Después, otro imbécil, del mismo tipo que el ex paracaidista, me dijo que los insultaba al decirles chicos, que eran hombres y héroes.

Pero, hijos de puta, en serio eran pibes. Y, como pibes, hicieron lo máximo con lo poco que tenían a mano. A ellos los saludos repitiendo las palabras de Carlos Gamerro: La patria existe a nivel simbólico. Básicamente, es una metáfora. Si uno trata de hacerla real toda de golpe, se le evaporará de las manos. Usted es uno de los diez mil que deberían saberlo mejor que nadie. No deje que le reclamen nada, porque nadie puede hacerlo.



(1) Gómez Centurión participó de la defensa de Puerto Darwin. Durante mis primeros años de lecturas sobre la Guerra de Malvinas, lo consideré un cobarde y un inepto. Con el tiempo, y la lectura, llegué a la conclusión de que fue uno de los pocos militares de raza que peleó en el Atlántico Sur: primó la seguridad de sus dirigidos antes que la estúpida idea de pelear hasta el último hombre (en este caso, niños).
(2) Martín Balza fue el jefe de un batallón de artillería que participó del conflicto, y que, según sus dirigidos, al igual que Gómez Centurión, siempre tuvo la seguridad de sus dirigidos en primer lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...